02/06/2022 17:08
Bajo el lema “Una sola Tierra”, la Organización de las Naciones Unidas celebra cada cinco de junio desde hace medio siglo El Día Mundial de Medio Ambiente con el objetivo de hacer una llamada a la responsabilidad general para proteger el planeta frente a las agresiones de quienes lo habitan como una llamada urgente para evitar actitudes o políticas que están acelerando el deterioro de tres elementos clave en la sostenibilidad del planeta: agua, aire y suelo.
Subida media en exceso de las temperaturas, calentamiento global, deshielo acelerado de los cascos polares, sequías en todo el planeta más agresivas, con una periodicidad más frecuente con un incremento de un 29% desde 2000, migraciones de más de de 800 millones de personas, más de 2.000 millones en situación de stress hídrico, etc … son algunos de los fenómenos que nos recuerdan a diario que nos encontramos, no por casualidad, ante una situación de cambio climático que, como un ejemplo, lo reflejan cada campaña en los últimos años hasta las propias compañías de los seguros agrarios.
En medio de quienes alertan sobre un desastre por el calentamiento global del planeta, y de quienes consideran que situaciones extremas de inundaciones o sequías las hubo siempre a lo largo de la historia, la realidad es que los datos avalan que algo está cambiando y que se está haciendo un mal uso y abuso de unos recursos naturales que no son infinitos consecuencia de la forma de vivir de una parte muy importante del planeta, mientras otra sufre solo las consecuencias. Y frente a las grandes declaraciones sobre los riesgos del cambio climático o del calentamiento que suenan como a apocalipsis, la realidad también es que todo ello no viene como caído del cielo, sino como resultado de nuestra actividad diaria contra el medio ambiente.
Globalmente, dicen los expertos, estamos utilizado a la Tierra 1,6 puntos más de lo que la misma tiene posibilidad de aportar a nuestra actividad, lo que va en un deterioro progresivo del medio ambiente. Pero eso no es algo teórico, sino que tiene acciones muy concretas donde, junto a las decisiones de los políticos y de las instituciones, ya entra también la responsabilidad individual: cada segundo se emiten 1.200 toneladas de gases efecto invernadero; los residuos son ingentes; la deforestación avanza de forma imparable a razón del terreno equivalente a un campo de fútbol cada 30 segundos, y no es solo hablar del Amazonas, sino de nuestros propios territorios; en un siglo han desaparecido el 50% de los humedales de la tierra; se nos va la fauna de los arroyos y de los cultivos; a nuestra puerta han dejado de manar las fuentes en los campos; se han destruido el 60% de los ecosistemas; las aguas terrestres avanzan hacia la contaminación o el agotamiento de los acuíferos y los plásticos inundan los fondos de los mares; existe un abuso en el uso de los agroquímicos y se avanza en la acidificación de los suelos; se pone en peligro la biodiversidad, se han destruido miles de especies y hay más de un millón en peligro de extinción, en muchos casos con efectos incalculables para la polinización de los cultivos. ¿Y no sorprendemos de un cambio climático?
En consecuencia, existe una clara agresión contra la Tierra por las exigencias sin control de nuestro nivel de vida.
Por la propia supervivencia del planeta, ”Una sola Tierra”, que es lo que hay, y de sus habitantes, parece urgente un cambio en la actitud de la población y de cada una de sus instituciones hacia la naturaleza, para que ese calentamiento global deje de ser una amenaza para la actividad del propio sector agrario a quien en ocasiones se le acusa en solitario como autor de emisiones sin reconocer su papel y peso como defensor del medio ambiente.
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